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a medida que aumenta la ruralidad de los municipios, aumente también la brecha
de género en la tasa de empleo.
Respecto a la tasa de paro en el grupo de edad más joven (20–24 años) se observa
que la tendencia es a la inversa. Así, en el caso de las mujeres, la tasa de paro
desciende a medida que aumenta el grado de urbanización, siendo del 40,7% en las
ciudades, 44% en pueblos y zonas suburbanas y 49,9% en las zonas rurales. En el caso
de los hombres, la tasa de paro tiende a incrementarse al aumentar el grado de
urbanización, 42,2% en las zonas rurales, 45,1% en los pueblos y zonas suburbanas y
47,1% en las ciudades.
Si se analiza el grupo de edad de entre 25 y 64 años, las tasas de empleo de los
hombres son superiores a las de las mujeres en todas las zonas analizadas. Cabe
destacar que la brecha de género en la tasa de empleo es mayor en las zonas
rurales que en el resto de zonas (alrededor de 17 puntos de diferencia en las zonas
rurales).
Estos datos implican una peor posición de las mujeres rurales en el mercado laboral,
tanto en las edades más jóvenes como posteriormente. Además, ponen de
manifiesto que la escasa incorporación de las mujeres al mercado laboral rural
puede deberse, en gran medida, tal y como se ha mencionado en el capítulo
anterior, al mayor porcentaje de población de población rural mayor de 65 años y a
las circunstancias familiares femeninas ligadas a la asunción de los roles de género
que las sitúan principalmente a las tareas domésticas y de cuidados, de manera casi
exclusiva, y les relegan al ámbito privado. Esto, junto con la falta de
corresponsabilidad hace que aumenten las dificultades para compatibilizar la vida
laboral y personal, lo que incide en la menor participación laboral de las mujeres.
Otra de las características del mercado laboral que se acentúa en el ámbito rural es
la segregación horizontal existente, que sitúa a las mujeres en actividades asociadas
a tareas tradicionalmente femeninas, lo que se traduce en una concentración en
puestos de trabajo caracterizados por una remuneración y valor social inferior al
desarrollado por los hombres. La segregación horizontal, por tanto, es uno de los
aspectos que más contribuye a mantener la discriminación laboral de las mujeres.
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