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INTERÉS PROFESIONAL
M.ª Ángeles Araya Perdomo
Así la neurociencia comienza a hablar del dolor social (Lieberman y Eisenberger, 2006a,
2007b) al evaluar los efectos neurales de las personas que se perciben excluidas. Y des-
cubren que el ser excluido o la percepción de ese sentimiento, comparte el mismo patrón
de alarma que el dolor físico. Este dispositivo de alarma, del dolor físico, es una señal
primitiva y enraizada a la supervivencia del individuo. Y en este caso, la misma circuite-
ría neural se activa tanto para alertarnos de que nuestras relaciones sociales han sido
dañadas, como para estimular la sensación del dolor, ambas reacciones son el mismo
mecanismo de defensa primigenia. Por ello, no nos extrañemos que al sentir dolor físico
podamos sentirnos más solos/as, o a la inversa, que al tener experiencias de exclusión
social o pérdida de la persona/objeto amado experimentemos dolor físico y/o emocional.
Esta neuro matriz de alarma está conformada por estructuras subcorticales que modu-
lan y generan reacciones emocionales (de valencia positiva o negativa) que intervienen
sobre el proceso cognitivo, afectos y respuesta neuroinmunoendocrina. Además, estas
estructuras subcorticales afectadas por el dolor físico o social están relacionadas con
el aprendizaje, la memoria, las emociones, las funciones ejecutivas (planificación, eje-
cución, evaluación), la autoconsciencia, toma de decisiones y la empatía, entre otras.
Por lo que, cuando estas estructuras subcorticales están activadas por el dolor físico o
social, no sólo se activa esta circuitería neural, sino que además se observan alteradas
las funciones especificadas más arriba (memoria, aprendizaje, etc.).
A sabiendas de esta afectación, los/as trabajadores/as sociales podemos inferir mecanis-
mos de intervención que contrarresten este impacto o rectificar las técnicas de interven-
ción para acompasar y aminorar estos efectos colaterales como resultado de esa neuro
matriz de alarma. Tales efectos pueden observarse en población con riesgo de exclusión
o aislamiento, como: personas sin hogar, inmigrantes, mayores en soledad, población
reclusa, mujeres víctimas de violencia de género, infancia y sus familias en riesgo, cuida-
dores/as principales, población con procesos de duelos o aculturación, etc.
A sabiendas que el dolor es el resultado de la unión anatómica y funcional de la mente
y cuerpo (Jairo et al., 2008), la neurociencia asegura que el dolor social responde a los
fármacos comúnmente destinados al dolor físico, como, por ejemplo: paracetamol y
naproxeno sódico.
Pero tal y como hemos visto a lo largo de este artículo, la evidencia empírica y cientí-
fica, indica con claridad que los factores psicosociales tienen un rol importante en la
modulaciónn del dolor (Jairo et al., 2008) físico, emocional o social (Saunders, 1983).
Precisando, por tanto, para el dolor, estrategias no farmacológicas, multimodales y
multidisciplinares como reflejó la Organización Mundial de la Salud en 1996: como el
soporte emocional, la comunicación, la atención a la familia, el tratamiento psicosocial
y fisioterapéutico. Sin embargo, son pocos los hospitales o equipo de unidades para el
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