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Editorial
valor preponderante entre los pueblos y las culturas: es decir la compenetración entre sensibilidades
heterogéneas.
Para llegar a estos objetivos, es fundamental el recombinar las filosofías defensoras del pluralismo, de
la democracia real y del sentido de la imparcialidad de la justicia. Además es necesario buscar el
equilibrio en lugares que aunque peligrosos permitan alcanzar acuerdos mínimos y no seguir cejando
en la búsqueda de una ideología única para todos los habitantes del planeta.
La interculturalidad en definitiva es una relación, por lo que nuestro esfuerzo debe dirigirse a las
cualidades que deseamos tenga esta relación. Para esto hemos de tener en cuenta que en nuestro país
estamos viviendo un cúmulo de situaciones novedosas para todos sus habitantes. Algún filósofo antiguo
definió a este país como “de frutos tardíos”. Nuestro reto es afrontar la circunstancia de la recepción
de la población inmigrante (fruto tardío), racionalizándolo desde el plano político y social y teniendo
en cuenta que los pobladores de esta tierra están viviendo y vivirán durante muchos años esta situación
de cercanía y entendimiento. Desde el punto de vista demográfico la inmigración no ha tocado fondo
y sus actores buscan aquí un lugar, permanente o no, de residencia.
Sabemos, que desde un punto de vista antropológico, la sociedad residente en un país, genera una
imagen negativa que afecta a los inmigrantes y a sus familias (esposas, hijos, otos familiares.). A esta
circunstancia, algunos autores la han nominado como “protección contra el caos”. Tiene uno de sus
arranques entre otros en la tendencia del ser humano a valorar al de fuera partiendo de una particular
cultura, generalmente egocéntrica y autoalimentada, generación a generación.
Esta cultura considera al extranjero como persona inferior, a través de arquetipos fácilmente
identificables, como el considerar superior al residente de varias generaciones. Estos arquetipos van
unidos a la necesidad de la eliminación del inmigrante a través de la negación de su estatuto de
igualdad. El inmigrante genera una situación similar defensiva, estableciéndose una situación
discriminante y de desencuentro.
La batalla suele ganarla el antiguo poblador, que es dueño de la gran parte del sistema productivo y
dirige los resortes de funcionamiento del Estado, pero genera el miedo o la fobia hacia el nacido más
allá de las fronteras por el desconocimiento que representan sus particulares patrones de conducta.
Este miedo o fobia está graduado de más a menos, en la medida que exista también un mayor o menor
entendimiento entre las nuevas culturas encontradas.
Por eso es donde las autoridades pueden y deben realizar programas que potencien todos los aspectos
de integración de los inmigrantes de nuestro país. Si desde un punto de vista legal, la Constitución hace
alarde de igualdad, deberá también crear un universo de integración en aspectos como la información,
la cultura, el acceso al trabajo, la igualdad de oportunidades en los que la población habitual se
desenvuelve.
En el caso de la infancia y adolescencia estos conceptos son determinantes para el desarrollo integral.
Además del acceso a los derechos básicos y atendiendo a los problemas específicos de de la edad y de
cada niño, la integración social y la incorporación de estos segmentos al contexto social constituyen
elementos esenciales de la acción educativa de la que depende la posibilidad de poseer experiencias
similares a los demás niños en la sociedad. Así el acceso a su desarrollo personal y profesional debe ir
acompañado de una vida plena y satisfactoria en el entorno nuevo donde se socializan.
La situación actual de nuestro país se caracteriza por unos cambios evidentes y no fácilmente
analizables. Se refieren al aumento de niños y a su heterogeneidad. Niños y jóvenes, en muchos casos,
que no conocían nuestra lengua ni nuestra cultura, a menudo tienen una serie de deficiencias
académicas y de conocimientos importantes. La inmigración tiene muchos factores que han de confluir
en el objetivo a medio o largo plazo de la plena integración social, cultural y política.
Estos objetivos obligan a arbitrar medidas de culturización y de instrucción académica que posibiliten
a los centros escolares, suficientemente dotados, el ofertar una educación de calidad para todos los
niños y adolescentes inmigrantes; tanto a aquellos que pretenden desarrollar de una manera ordinaria
sus aprendizajes, como para los que aparecen por primera vez en nuestras aulas y pretenden seguir
una enseñanza parcial temporalmente. La creación de programas de educación, tanto para los hijos de
los emigrantes, como para los hijos de los residentes habituales han de basarse en el principio de
igualdad de oportunidades en el que cada niño y adolescente pueda aprovechar la suya propia de
acuerdo con sus propias condiciones, según sus intereses, según sus propios estímulos y según sus
propias motivaciones.
Infancia, Juventud y Ley 5