El término «resiliencia» se ha vuelto cada vez más común en foros educativos, medios de comunicación, internet y redes sociales. Sin embargo, ¿realmente comprendemos su significado e importancia? En el campo de la Psicología nos referimos a la resiliencia como la capacidad adquirida que tienen las personas para enfrentar y superar las dificultades. Por tanto, no es una cualidad innata, sino una habilidad que desarrollamos a lo largo de nuestras vidas para adaptarnos y recuperarnos de la adversidad. 

Esta capacidad es una herramienta adaptativa especialmente importante para los niños y niñas que se encuentran en situación de acogimiento, pues han experimentado desde muy corta edad múltiples situaciones de desamparo, negligencia, maltrato e incluso abuso. Tanto los profesionales del Sistema de Protección como los acogedores de estos/as niños/as desempeñamos un papel crucial para sanar estas heridas y aliviar el sufrimiento que aún están padeciendo. Por eso, es esencial comprender los factores que contribuyen al desarrollo de la resiliencia: 

1 Crear un entorno seguro. Los cuidadores deben establecer un ambiente protector, estable y predecible para los menores, con normas sencillas que busquen su bienestar subjetivo. Se deben mostrar siempre disponibles, abiertos, tolerantes y coherentes, permitiendo expresarse a los menores en sus propios términos y condiciones, escuchándolos de forma activa y sin juzgar, validando su experiencia subjetiva y sus emociones. En definitiva, los menores deben sentirse valorados y respetados en todo momento. 

2- Promover la autonomía. Permitir que los menores tomen decisiones apropiadas para su edad y nivel de desarrollo les ayuda a desarrollar un sentido de control sobre sus vidas. Esto fortalece su autoestima y su capacidad para superar obstáculos, mientras los acompañamos y proporcionamos herramientas para afrontar y resolver los problemas mediante soluciones constructivas.  

3- Establecer metas que puedan lograr. Tanto en su día a día como de cara a su futuro y desarrollo evolutivo, debemos ayudar a los menores a establecer objetivos concretos y alcanzables, de forma que al superarlos adquieran confianza en sí mismos y se vean capaces de afrontar nuevos retos y desafíos.  

 

4- Promover la educación emocional. Muchos de estos menores no han desarrollado adecuadamente sus habilidades emocionales, así que debemos ayudarles comprender y gestionar sus emociones. Esto implica enseñarles a identificar sus emociones, expresarlas de manera saludable y regularlas de adecuadamente. También debemos fomentar la empatía para que puedan comprender las emociones y necesidades de los demás y así desenvolverse mejor en los diferentes contextos sociales.  

5- Proporcionar modelos saludables. Los cuidadores deben ser coherentes y congruentes entre sus propios comportamientos y cómo esperan que se comporten y actúen los menores. Por ejemplo, no pueden esperar una correcta expresión emocional por parte de los menores si ellos mismos reaccionan con gritos. 

En definitiva, los cuidadores desempeñan un papel crucial en el desarrollo de la resiliencia secundaria de los menores a su cargo. Deben buscar fomentar un vínculo de apego seguro para desarrollar de la mejor manera posible la capacidad de resiliencia, generando una red de apoyo social positivo que pueda cubrir las necesidades emocionales que sus progenitores no pudieron gestionar. Esto permitirá que los menores se desarrollen de manera saludable y sean capaces de explorar el mundo de una manera más segura gracias al trabajo desarrollado por sus cuidadores. 

Referencias: 

LIBRO: Jorge Barudy y Maryorie Dantanan (2009). Los buenos tratos a la infancia: Parentalidad, apego y resiliencia. Ed. Gedisa.