La disociación es un mecanismo de defensa psicológico que se presenta cuando una persona se enfrenta a situaciones de estrés extremo o trauma, permitiendo a la mente separarse temporalmente de la realidad para manejar el dolor emocional. La disociación es relativamente común entre los/as niños, niñas y adolescentes (NNA) que han sufrido desprotección, abuso o negligencia. Las investigaciones indican que quienes han experimentado múltiples formas de trauma tienen una mayor probabilidad de desarrollar respuestas disociativas. 

La disociación implica una desconexión entre los pensamientos, la identidad, la conciencia y la memoria. En su forma más leve, puede manifestarse como un sentimiento de desconexión o ensueño. En casos más severos, puede resultar en amnesia disociativa o incluso en trastornos disociativos de identidad. Pueden disociarse durante momentos de trauma para protegerse emocionalmente, lo que a menudo se traduce en comportamientos que parecen desconectados o incomprensibles para las personas adultas de su alrededor.  

El trauma que da lugar a disociación se produce pronto, en un momento de total indefensión y dependencia afectiva y física de las figuras primarias de apego. Los estados de ánimo y los sentimientos de estos/as NNA pasaban rápidamente de un extremo a otro, de rabietas y pánico al desapego, la monotonía y la disociación. También puede ser característico absorberse en un mundo imaginario de fantasía, o la recreación inventada de un pasado ficticio con el propósito de rellenar esas lagunas buscando una identidad asociada a una autoestima más fuerte con la que presentarse al mundo.   

A la mente de cada NNA que ha vivido maltrato físico persistente durante su infancia pueden asaltar recuerdos fragmentados en forma de imágenes muy vívidas: los brazos extendidos de su progenitor, detalles del mobiliario de la casa, el rostro atemorizado de algún hermano, los gritos de una madre, etc. Estos recuerdos, denominados técnicamente flashbacks pueden suceder en momentos inesperados durante el día, en forma de pesadillas durante la noche o dispararse en asociación a las visitas con la familia de origen o ante actitudes agresivas de personas de su entorno actual, por ejemplo. 

Estos recuerdos traumáticos parecen estar grabados en una memoria que no es la autobiográfica, no están conectados a historias del pasado que puedan narrarse. Las sensaciones que entraron en el cerebro durante los eventos traumáticos no están bien montadas en una historia.  

Dado que nuestra sensación de “yo” depende de ser capaces de organizar nuestros recuerdos en un todo coherente, estas lagunas de memoria del pasado resultan particularmente amenazantes para la identidad personal. Los diferentes diagnósticos que suelen asociarse a los síntomas de estos eventos traumáticos pueden llevar asociados medicación psicofarmacológica que en ningún caso ayuda a recuperar esta amnesia característica de los recuerdos disociados, por lo que el problema raíz persiste, manteniéndose los síntomas.   

Esta disociación es necesario que se comprenda como un sistema de emergencia cerebral evolutivo que se activa para apagar la conciencia y no registrar el dolor físico, en situaciones en las que no es posible luchar contra la amenaza ni salir corriendo. En esas situaciones el ritmo cardiaco se reduce, la respiración se vuelve superficial y el colapso general puede llevar al desmayo. Esta parálisis de las sensaciones puede permanecer tras vivir los eventos traumáticos, dejando de sentirse áreas enteras del cuerpo. Tratando de ignorar las molestas señales internas de aviso, más probable resulta que se apoderen del control, dejándoles desconcertados, confusos y avergonzados cuando se dan reacciones agresivas en las que parece que no es uno mismo el que actúa. En su lugar pueden darse desconexiones en los que el NNA parece ausente, o desarrollar ataques de pánico en el intento de controlar las sensaciones de terror.  

El precio de perder la facultad de sentir, ante un mundo que se percibe amenazante, lleva a perder también la capacidad de disfrutar. Se ha perdido la capacidad de distinguir qué situaciones son peligrosas y cuáles inofensivas. Todo deja de importar, incluso uno mismo. Sin embargo, el precio de sentirse como un zombie (sin estar completamente vivo), es tan molesto que a veces se necesita intensificar las sensaciones a través de peleas o autolesiones. A veces los/as NNA necesitan pellizcarse para sentir algo, ya que siguen experimentando la necesidad y el deseo de sentir. En el esfuerzo de desconectar de las sensaciones aterradoras, se adormece también la capacidad de sentirse totalmente vivos.

Las áreas de autopercepción del cerebro están asociadas a las que nos permiten tener sentimientos, por lo que se puede llegar en la disociación a la despersonalización, es decir, la pérdida de la noción de uno mismo. Se pierde la noción de propósito y dirección, la sensación de agencia por la que uno siente que está a cargo de su vida. Desde ahí se puede dar una pérdida de motivación en diferentes áreas, como con la actividad académica, así como mostrar un profundo desinterés en lo que sucederá en el futuro. La manifestación del fenómeno de la disociación es sentirse perdido, abrumado, abandonado y desconectado del mundo y verse a uno mismo como una persona no querida, vacía, inútil, atrapada y asfixiada.

La terapia verbal a través de conversación puede verse seriamente comprometida y resultar inefectiva, ya que no hay un acceso consciente a esos eventos traumáticos, de manera que puedan ser contados e integrados en la historia personal. Se han demostrado más efectivas las técnicas no verbales, a través de dibujos o representaciones con objetos, y también técnicas de expresión corporal (teatro, danza, yoga…) que permitan reexperimentar las sensaciones y emociones asociadas en un entorno seguro, respetando siempre no ir más allá de la ventana de tolerancia de cada uno, lo que podría llevar a retraumatizaciones en lugar del efecto terapéutico buscado.

Un factor que ayuda a mantener la disociación y los síntomas del trauma es que, en realidad, podemos reconocer que en términos generales las personas evitamos exponernos a esta información sensible ante la que no sabemos como actuar. Estos recuerdos pueden resultar repugnantes u ofender tanto nuestros sentimientos morales que, rápidamente, estos NNA aprenden que es mejor para ellos seguir ocultando estos recuerdos a las personas que no han pasado por situaciones similares.

En este sentido, facilitar grupos con víctimas de estos traumas puede llevar a facilitar la expresión verbal, al sentirse más comprendidos. El peligro de estos grupos es que pueden provocar más aislamiento a la larga, si promueven una visión de los “no afectados” como irrelevantes o peligrosos. Poder ir compartiendo estos recuerdos, sin sentirse juzgados, con una familia de acogida especializada y con referentes adultos capacitados (como, por ejemplo, terapeutas) para acompañar la reconstrucción de estas historias de vida, lleva a que puedan volver coherentes esos fragmentos disociados dentro de una nueva identidad que pueda dar sentido a lo vivido, dejando de ser amenazante al poder diferenciar lo que está ocurriendo ahora de lo que sucedió entonces. 

Es crucial para sus cuidadores y profesionales diferenciar entre un/a NNA que no entiende una situación y uno que está disociando. Quien no entiende puede pedir explicaciones, mostrar confusión o buscar ayuda. En cambio, quién está disociado puede parecer desconectado, no responder a estímulos externos de manera coherente o mostrar conductas automáticas sin consciencia del entorno. 

Entender la disociación y reconocer sus manifestaciones en NNA en situación de desprotección es fundamental para brindar el apoyo adecuado. La disociación es una respuesta natural a experiencias traumáticas y, con la intervención correcta, los/as NNA pueden aprender a manejar sus emociones y desarrollar mecanismos de afrontamiento más saludables. Proveer un entorno seguro, emocionalmente conectado y contar con apoyo profesional son pasos esenciales para ayudarles a sanar y prosperar.

Referencias bibliográficas:  

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Van der Kolk, Bessel (2014). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial Eleftheria S. L.