“Al calor de un hogar especial” es el lema que hemos elegido para el Servicio de Acogimiento Familiar Especializado, sintetizando con él los principios, valores e intenciones que nos llevan a promover la implementación de esta modalidad de acogimiento.  

Estas fechas tan socialmente señaladas, en la que aumenta la conciencia de la importancia de la familia, pueden ser particularmente duras para los niños, niñas y adolescentes en acogimiento residencial. Este malestar a menudo es profundo, debido a la separación de figuras de apego primario hacia los que sigue habiendo lazos afectivos (a pesar de las situaciones de desprotección y negligencia sufrida). Situaciones especialmente difíciles para aquellos/as que no tienen alternativas a pasar en la residencia estos días, agudizándose el sentimiento de abandono al ver cómo otras personas se van con familiares o con acogedores/as voluntarios/as. 

Queda claro, por parte de los propios referentes educativos del acogimiento residencial, que su excelente labor profesional no alcanza a poder compensar la pérdida afectiva sufrida, así como la necesidad de una vinculación más cercana e individualizada. En términos algo poéticos, una familia de acogida aporta ese calor afectivo de chimenea que resulta tan necesario para reparar los daños emocionales sufridos. Ese calor es el crisol en el que refundir las estructuras rotas de apego, marcadas por la inseguridad. Un calor que proviene de la capacidad de comprensión de las situaciones vividas, el respeto hacia la familia de origen, la aceptación de las limitaciones presentes y la confianza en la posibilidad de cambio, acompañada sin forzar ni actuar conforme a expectativas no realistas.  

Con una autoestima por lo general baja, marca característica de los/as que han sufrido una infancia traumática, un cambio de perspectiva esperanzador para ellos es que se tome en consideración todo lo que les hace personas especiales. Son justamente estas necesidades únicas las que les hacen perfil de este tipo de acogimiento especializado. Se genera en la historia de vida de muchos y muchas de ellas, la sensación de que existe al fin cierta justicia social en la que confiar. Tras llevar años a la espera de poder contar con una familia de acogida, puede al fin verse cumplido su sueño a través del acogimiento especializado. 

Este hogar especial de acogida en ningún momento les va a poner contra su familia de origen, y comprendiendo la función de la vinculación temporal en convivencia que caracteriza al acogimiento (a diferencia de la adopción), dando lo mejor de sí en ese tiempo, y sabiendo que, si todo va bien al pasar a la etapa adulta, ese vínculo podrá mantenerse de por vida, ya sin obligaciones ni contratos asociados a ser un recurso del sistema de protección de infancia. Por fortuna, en cualquier caso, la experiencia normalizadora les acompañará de por vida. Desde esta comprensión, los/as acogedores/as saben bien que su ayuda es una aportación invaluable al sistema de protección de menores.  

Cuando se trabaja con la historia vital del menor de edad y puede conectar las partes fragmentadas, cobra sentido la dimensión social y humanitaria de la medida de tutela. Algo que permite reconocer y agradecer la vocación y altruismo de los acogedores, que han le han ofrecido lo más importante que se puede regalar a un ser humano: confianza y amor incondicional.     

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